22 enero, 2009

Dios es que no tiene perdón de Dios con lo que pasa

Esas palabras las dijo hace poco alguien en televisión. El miércoles estuve en el hospital pasando mi revisión mensual, o control, del puto Sintrom, esa especie de aspirina a lo bestia que evita un exceso de coagulación en la sangre, dependiendo de cada paciente y tal. De esta manera evito que mi querida válvula, implantada en mi lindo corazón, se obstruya por cualquier gilipollez.

Las visitas a los hospitales pueden traumatizar incluso a tipos como los Hermanos Marx; deprime ver las condiciones de trabajo del personal, las instalaciones obsoletas, el amiguismo a la hora de colar a algún paciente en las consultas, la poca educación cívica de los asistentes a las consultas, el desmadre en el aparcamiento de los coches.

Pasé la mañana, hasta las once horas, esperando los resultados de mi analítica. Di cortos paseos por el pasillo de la ¿sala de espera?, saturada de sufridos "sintronianos", la mayoría ancianos acompañados por algún familiar con-cara-de-mala-leche-por-la-tarea-incómoda-de-tener-que-llevar-al-viejo-o-la-vieja-al-dichoso-control. Antes me gratifiqué con un buen desayuno en la nueva cafetería, con pantallón de televisión incluido. Había llegado en ayunas, que coño.
Me llevé un libro de bolsillo para leer (Sociedad humana: ética y política, de Bertrand Russell), un tema sencillito, sin complicaciones; vamos, un libro ligero para pasar el rato. Pero ante la cantidad de público que me rodeaba por todos lados, menos por uno, preferí escuchar la radio en mi flamante mp4, porque un servidor, a pesar de ser un triste pensionista (vivo a costa de ZP, que se joda) tiene mp4 y todo. Escuchaba yo Radio5-todo-noticias, mientras observaba a los especímenes que iban y venían, salían y entraban, bajaban y subían por todos lados de los laterales del pasillo y escalera. Una vieja casi se da de morros por no agarrarse a la salida del ascensor; otro capullo, joven, bajó la escalera de cuatro en cuatro, y en el último tramo se hizo la picha un lio, dando un traspiés y tragándose una columna. La columna aguantó. De pie y de espaldas tenía enfrente a una mole vestido con una especie de chandal raro, en plan camuflaje, pero con un pantalón que le sobraba culera una "jartá" (como dicen por aquí). Parecía que iba cagao con tal pantalón. Cuando la criatura hizo ademán de volverse y situarse de cara, pude comprobar el rostro y la pinta de un simio, cabeza rapada y con perilla de chivo, los brazos colgando en plan abandono y la mente también. Hubiese jurado que su profesión es una de las que más suenan ahora: portero de discoteca. Unas manos que si te agarran te joden la tuya. Ancho, cachas, ojos poco tiernos, mirada de pocos amigos. Vamos, aquí un amigo.
De repente me entró la vena filosófica y me dio por pensar que Dios no habita en sitios semejantes. Ni en ningún otro sitio. Pensé que Dios, de existir, debería ser mujer. Una mujer divina, con un culo magnífico (propio de una diosa) y ropa vaporosa y transparente, de diseño celestial, por supuesto. Acompañada por una corte de ángelas y angelitas (pero con sexo, no como los ángeles). Estaba yo pasando el rato entre las noticias del hombre del día (Obama) y mis ocurrencias mentales sobre Dios-mujer-vaporosa-culo-magnífico, cuando apareció una cirujano: cara de cansancio, como de muchas horas de quirófano, ojos azules, uniforme verde y gorro del mismo color que dejaba ver unos cabellos rubios. Rostro interesante, alta, bien.
A las once en punto me hicieron entrega del informe analítico. Todo correcto. Como tengo el coche sin batería, agarré un taxi y me planté en casa. Mi pareja tuvo turno de noche y dormía como una bendita, así que salí de nuevo a la calle y fui a visitar a mis amigos los polleros, en el mercado. Tengo una relación literaria con esta familia, compuesta por un matrimonio joven y la hermana de él, también joven. La mujer del pollero ha terminado de leer "Cumbres borrascosas", libro que le ha durado un montón de tiempo, porque no dispone de mucho para la lectura. El marido se terminó un tocho enorme de una autor británico del siglo XIX, cuyo tema no recuerdo ya. La cuñada lee lo que los otros ya han leido. Después me preguntan qué estoy leyendo, y me obligan a dar una pequeña reseña delante de todos los clientes de la pollería, que se esperan a que termine de contar de qué va el tema del libro con caras interrogantes. Lo que hace la incultura. Para terminar nuestra compra-entrevista, ellos me piden que les recomiende algún libro interesante. En tonces, mi menda se tira el moco y larga una clase magistral sobre los libros más de actualidad literaria. Ellos me escuchan muy atentos mientras descuartizan pollos, cortan pechugas en filetes y terminan de prepararme la bolsa con lo solicitado. Hace poco los encontré por el Paseo de la Estación con sus hijas, venían de comprar uno de los libros que les recomendé hacía unas semanas. Gente aplicada. Me hacen los deberes.
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Para terminar este mal rollo, y ya que hoy es mi cumple, me gustaria saber quién me robó, hace años, muchos años, el mes de Abril.

2 comentarios:

Losselith dijo...

felicidades querido :p que sean muuuchos mas, con las correpondientes revisiones sitronianas

Naiba dijo...

Ainsssssssss amigo

Mira que me he reido entre comillas al leer tu relato, pués me he transportado mentalmente a mis horas de hospitales y cuanta razón tienes, mira que se ven especies raras, por supuesto en la cual me incluyo.

Dicen que para que haya mundo amigo tiene que haber de todo y efectivamentes es así y nos rodea día a día, pero no lo vemos, pq. vamos tan deprisa que no nos percatamos.

¡Dios mío! a ¿dónde iremos a parar?.

Felicidades nuevamente y un beso muy fuerte.